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El eclipse del sentido

Hacia una filosofía de la esperanza
Autor: 
Hernando María Linari
ISBN versión papel: 
978-987-20306-5-0
Páginas: 
291
Edición: 
noviembre de 2005
Estado: 
Agotado

 

Prólogo

En la vida nos encontramos ante situaciones que nos requieren un salto, en el que se asumen riesgos pero que -a la vez- exigen discreción y discernimiento. Se puede intuir que, de no realizarlo, uno terminará con una vida inerte, mediocre, mediana; pero, al mismo tiempo, no se puede saber con exactitud en qué terminará ese “salto”. Tal vez lo que mejor pueda enmarcarlo es la tensión entre la confianza y la incertidumbre. Y eso  le falta al hombre de hoy, al hombre de la cotidianeidad, al hombre de ciencias, al hombre buscador de significados, tan ávido de seguridad, por un lado, y aferrado al seductor vértigo existencial que le evita el trabajo de tener que detenerse a considerar las consecuencias de sus decisiones, por el otro. Confianza para asumir costos y no caer en la chatura, y discernimiento para ser sobrios y prudentes ante lo incierto. El signo de que la confianza no es indiscreta y que el discernimiento está bien hecho es el sentimiento de paz que invade el corazón, aún en las situaciones límite.

El autor de este libro nos dice que el hombre está ávido de sentido para su vida, pero que su vida vaga en el sinsentido porque carece de esperanza. Allí está la clave del asunto, porque si no hay esperanza no puede haber una confianza verdadera ni, mucho menos, discernimiento. Sin esperanza, el hombre jamás podrá alcanzar la paz. La paz es como un llamado que viene desde el futuro, y –a la vez- funda al hombre desde su historia, para que su presente tenga sentido y se anime a dar los saltos que su existencia le va reclamando. Pero para que sus intuiciones tengan fuerza y que y sus saltos no sean al vacío, debe limpiar su mirada de suciedades. En el fondo cada salto es un acto gnoseológico: el hombre tiene que anonadarse, vaciarse de sí y ponerse a disposición de la vida y lo que la historia le requiera, para conseguir una mirada cada vez más limpia y esperanzada. Es la mirada que sabe lavarse con genuinas lágrimas.

La vida suele regalarnos encuentros con este tipo de personas de mirada limpia, que “miran” y “sueñan” a la vez.. Miradas colmadas de silencio, paz y ternura, y que uno teme mancharlas con su mediocridad. Son personas que a lo largo de su vida han realizado muchos de estos saltos. Sucede que, una vez efectuado uno, esa persona  necesariamente es depositada ante otro, y luego otro...

Como dice Linari, hay “dolores”, sinsabores profundos y muy amargos, heridas abisales que pueden al hombre “eclipsarle” su razón de ser y existir; situaciones tan enormemente crueles que obnubilan los ojos para alcanzar el sentido de las cosas y de la historia. Sin embargo, ellos alcanzan a ver, aunque no se sientan con el poder de identificar y conceptuar lo inalcanzable, lo que nosotros, quienes creemos ver, no podemos. Somos nosotros los “eclipsados”.

A veces esos saltos existenciales son decididos libremente, pero otras veces se imponen aunque no se lo quiera; pero lo que sí decide  el hombre es el ejecutarlo con dignidad. Son pruebas que la vida va poniendo, heridas que, paradójicamente, cierran otras eventuales heridas, y que son más graves. Haber traspasado ese umbral no sin angustia y sufrimiento, permite al hombre caer en la cuenta de que no solamente le evita caer en otro tipo de males, sino que, sobre todo, limpia su entendimiento y voluntad dando coherencia a su memoria. Entonces aparece el ser humano investido de una libertad nueva, de pureza en la contemplación, y de la capacidad de sanar y consolar.

Nos es posible contemplar reverentes -nos dice Linari- un evento de entrega personal cargada de “ternura”, de sencillez, de pureza original, de un sentido solidario que sólo comprende quien así pretende vivirlo, y de capacidad de salir de sí. Es contemplar el núcleo abisal en el que radica la “sabiduría” en su esencia más pura. Estos ejemplos abundan, porque estamos hablando de toda una gama de sufrimientos que va desde el más leve (aunque significativo) de los sometimientos de la voluntad propia hasta el más cruel e injusto de los martirios.

En estas reflexiones Linari se nos presenta como un baqueano de la existencia. Nada humano parece serle ajeno, pero no se queda en un mero conocimiento enumerativo de las cosas humanas; va más allá: se deja cuestionar por lo humano y esto hasta las lágrimas. En él tiene plena vigencia el virgiliano “Sunt lacrimae rerum et mentem mortalia tangunt”.

Buenos Aires, 9 de septiembre de 2004.

Cardenal Jorge Mario Bergoglio s.j.