INTERVENCIONES NARRATIVAS: Un cuento para reflexionar sobre las familias
La semilla de este cuento aparece ante una anécdota clínica en un espacio de formación de la Universidad del Aconcagua.
EL NIDO. Valentina Oliva
La decisión de mudarse que habían tomado don Pedro y doña Lidia, tenía un único objetivo.
Como padres, habían construido un nido placentero e incondicional para sus cuatro hijos: tres varones, eternos nenes de mamá, y una nena, joya del papá. Ninguno de los chicos, que superaban los veinte años, sabía cocinar, ni usar el lavarropas. Nunca habían tendido una cama y hasta les costaba prender la hornalla para calentar agua. Pa, un cafecito por fa. Mamá, ¿dónde están mis medias? ¿Me tirás unos mangos para el fin de semana?
Eran amorosos. Compañeros. A veces incluso compartían la siesta en la gran cama matrimonial.
Cabe aclarar que tanto don Pedro como doña Lidia disfrutaban inmensamente de estos hijos tan tiernos y compinches. Hasta que, totalmente agotados por el trabajo y sin tener un minuto a solas, dejaron de hacerlo.
Ignoraban cómo sacárselos de encima. No cabía la posibilidad de echarlos, ¡los amaban!, pero estos pajarillos no mostraban ganas de volar. Intentaron indirectas: ¡Mirá qué hermosos departamentos! ¿Sabías que Carlitos, el hijo de Zulma, se fue a vivir solo? E incluso probaron comentarios directos: M´ijita, ¿cuándo hacés pareja? Ya estás grande, si querés irte nosotros te podemos ayudar… Pero no había frase que movilizara. Mamita, cómo los vamos a dejar… ¡nos van a extrañar!El verdulero fue quien aportó la brillante idea: si están tan confortables en el hogar, busquen una casa que los incomode. Y así fue, don Pedro y doña Lidia decidieron cambiar su vivienda de tres habitaciones, cocina, comedor, living y patio, por un departamento de dos ambientes. El argumento fue económico. La resistencia de los hijos fue grande, pero siguieron a sus papis donde sea.
En un cuarto se instalaron los varones, y la hija, resolvió hacerlo con sus padres. -Pero niña, dos camas no caben acá. -Tenés razón, mejor directamente duermo con ustedes. Se confundían la ropa, no alcanzaban las horas para turnarse el baño y se topaban uno con otro con sólo darse vuelta. A pesar de todo, ninguno de los grandulones mostró malestar. Después de seis meses, don Pedro y doña Lidia, decidieron doblar la apuesta.
Nuevamente alegando dificultades monetarias, el cambio se realizó a otro departamento, aún más chico y de una única habitación. Los hijos lamentaron la crisis sin colaborar, aunque dispuestos a aceptar el nuevo espacio. En el pequeño departamento, los padres se ubicaron en el diván del estar, mientras los jóvenes se repartieron los 10 metros cuadrados del dormitorio en la forma más pareja posible. Había que sacar números para pasar por el pasillo y la cena era por tandas. Aun así, no se borraron ninguna de las cuatro sonrisas. Doña Lidia y don Pedro iban perdiendo la paciencia.
Hicieron un esfuerzo mayor, rogando que esta mudanza determinara el éxito. A un monoambiente. José, ¡sacá tus libros de acá! No soy José, ¡soy Gabriel!¡Mové tu brazo que no puedo entrar! Pero los niños seguían cada vez mejor. Alegres de compartir, de sentirse unidos. Encerrados en el baño, doña Lidia sentada en el inodoro y don Pedro en el bidet, decidieron jugar al todo o nada. Si lo anterior no había funcionado, probarían una estrategia diferente.
Simulando un sorpresivo golpe de suerte, la familia Núñez dejó el monoambiente, y se instaló en un inmenso caserón con parque. Cinco aposentos, dos estudios, sala de juegos y centro de entretenimientos otorgaban espacio de sobra. Comodísimos, no se cruzaban nunca y para contactarse debían utilizar el teléfono. Los tres varones y la nena comenzaron a quejarse: que los padres los descuidaban, que no hablaban, que ya no era como antes. Gabriel, el menor, se fue primero. Luego José, Federico, y por último, muy desesperanzada, Corina. Entre los cuatro alquilaron un departamento, sus ingresos magros no permitían otra cosa.
Doña Lidia y don Pedro recuperaron la pareja y fueron felices.
Nueve meses después, nacieron trillizos.
Desde el atisbo de una idea teórica, el cuento tomó vuelo recorriendo conceptos, construcciones y recursos narrativos para dar lugar a un relato paródico. El mismo, en principio, tuvo una intención recreativa. Ahora me pregunto si este cuento: ¿puede dar cuenta cómicamente de un funcionamiento actual y posible? ¿Podría ser utilizado como medio para el aprendizaje? ¿Es plausible de constituir una herramienta terapéutica?
Recurrí a la estimada colega, María del Valle Tolosa para abrir la posibilidad de pensar y responder a estos interrogantes desde su saber y su sentir clínico:
El Nido, frase que denota sensación de calidez, de seguridad, de confianza. Socialmente tiene una connotación positiva, aunque en un contexto sociocultural como en el que vivimos en donde lo único permanente es el cambio, el nido puede convertirse en la limitación o dificultad para la necesaria flexibilidad y apertura que conlleva cambiar.
Es interesante pensar cómo una narración con la inclusión del humor nos aporta desde la utilización de una metáfora una realidad existente en la sociedad actual. Para Milton Erickson (en Rivas Barcena y otros, 2006), los cuentos podrían tener un gran valor como herramienta terapéutica. Éstos no implican una amenaza para el oyente o lector, además de captar su interés y fomentar que cada persona saque sus propias conclusiones. Refiere también que los cuentos logran eludir la natural resistencia al cambio e imprimen su “huella” en la memoria, haciendo que la idea expuesta sea más recordable.
La narración que nos trae Valentina invita necesariamente a reflexionar sobre los sistemas familiares. El relato representa ese lugar, que algunos hemos tenido la posibilidad de tener, en donde nos sentimos protegidos y acompañados. Dejarlo implica una etapa a transitar en relación al ritmo vital de nuestra existencia.
El cuento “El Nido” por un lado nos introduce en las dinámicas de los sistemas familiares con características aglutinadas y a la vez sobre la dificultad que suele existir en las familias en la etapa en la que los hijos dejan su hogar de origen.
La familia es una unidad social importante dentro de una sociedad. Es un sistema al que una persona pertenece, y dentro del cual crece y se desarrolla. En tal sistema se despliegan procesos de crianza y sociabilización influyendo notoriamente en la identidad de cada persona. La familia no está aislada, es un sistema abierto que interacciona permanentemente con un contexto social, económico y político, por lo tanto, está en permanente cambio en función de las demandas externas e internas, implicando ello atravesar diferentes etapas. Como todo sistema vivo, en la familia debe existir un equilibrio constante entre la capacidad de transformación y cierta estabilidad y constancia para su funcionalidad y salud.
Entendiendo que las familias son parte de un contexto, creo que el cuento nos estimula también a reflexionar sobre la dificultad actual económica de poder transitar a esa etapa del ciclo vital de la familia en la cual los hijos se van de su hogar. Por lo contrario, en la actualidad existen muchas familias de tres generaciones compartiendo un mismo lugar y también aquellos que tras haberse ido regresan a convivir con sus familias de origen.
La tendencia de jóvenes que demoran su salida del hogar no es nueva y es un fenómeno que ocurre en muchos países. En Argentina, el 36% de las personas de entre 25 y 35 años viven con sus padres o abuelos (Casas, 2021). Según el artículo mencionado, en el caso de nuestro país, la situación empeoró por las crisis económicas y por la pandemia. “La coyuntura económica te imprime más presión y la pandemia agudizó el problema. Para los jóvenes, la pandemia va a ser una marca generacional en un período donde procesan el tránsito hacia su vida independiente de su familia”, explica la socióloga Ana Miranda, investigadora del Conicet y Flacso. La demora en la emancipación tiene que ver con procesos de inserción laboral más largos entre personas jóvenes, con más requisitos de educación, primeros trabajos precarios y déficit de viviendas. Además, también se identifica un cambio cultural donde las familias tienden a tolerar esta demora, preocupadas por estos procesos que necesitan soporte familiar. Agustina Corica, también de Flacso, (en Ayzaguer, 2021) sostiene que de fondo subsiste cierto cambio de paradigma. ya que la etapa de la juventud abarcaría desde los 15 a los 29 años, pero en las últimas décadas esta etapa se ha extendido hasta los 34 años justamente por este fenómeno nuevo entre las nuevas generaciones de que se atrasa la salida del hogar familiar.
Cada familia, además de pertenecer a un macrocontexto sociocultural económico y político determinado, además tiene cierta estructura y funcionalidad que la caracteriza. La estructura de un sistema familiar está formada por las pautas o reglas interaccionales entre sus miembros. Esas pautas se refuerzan y sostienen organizando una dinámica determinada.
La familia creada de don Pedro y doña Lidia representa a una familia con un grado de cohesión alto entre sus miembros, en donde los límites o fronteras que diferencian cada subsistema y cada miembro entre sí son difusos y puede notarse dificultad en la individualización, autonomía o desarrollo individual de cada uno de sus integrantes. También se describe una estructura rígida en donde existe una notable, y esperable, resistencia al cambio.
El subsistema parental, motivado por el cansancio y la necesidad de diferenciación respecto a sus hijos, intenta dar con el cambio que apuntaría a que los hijos dejen el hogar de origen. En un primer momento los intentos de solución conllevan paradójicamente a un “no cambio” a “más de lo mismo” o lo que en psicología sistémica se denomina cambio tipo uno o de primer orden: el cambio se produce dentro de una misma estructura. Tras un consejo recibido, eligen mudarse de hogar como una forma de comunicar la necesidad de que algo sea diferente. A pesar del esfuerzo la dinámica y función de la familia sigue siendo aglutinada, incluso hasta se refuerza y se genera más confusión entre sus miembros. La pareja de padres, creyendo que iban a incomodar, no notaron que ofrecían en cambio algo más que cómodo y conocido para sus hijos: un lugar pequeño en donde debían estar bien juntos. Watzlawick, Weakland y Fisch (1976) refieren que un sistema no puede producir las normas para el cambio a partir de sus propias normas y es entonces que la solución contribuye a aumentar el problema en lugar de solucionarlo.
En la continuación del relato surge otro intento de cambio que se desarrolla cuando la familia realiza una mudanza a una casa grande, espaciosa, con diferentes espacios delimitados. Allí el espacio físico comunica e invita obligadamente a que la dinámica relacional sea otra. Parece que finalmente el anhelo de la pareja de padres funciona y los hijos adolescentes se van de la casa. Tan rígida es la estructura del Nido que refleja cómo la pareja de padres se sostiene con la presencia de los hijos y entonces nacen trillizos. Eso que parecía un cambio vuelve a la misma dinámica.
La adolescencia de los hijos representa una de las etapas vitales que atraviesan los sistemas familiares. Conlleva una crisis en el sentido de que implica nuevas demandas y por tanto desafía a nuevas soluciones. La familia encabezada por don Pedro y doña Lidia se encuentra detenida en una etapa anterior, como si los hijos fueran de edades pequeñas, “eternos nenes de mamás y la joya del papá”. Pittman (1987) denomina a éstas familias como nidos atestados y refiere que el hijo es cronológicamente adulto, pero no se va del hogar y ahí radica la tensión. El joven parece competente y aun así se queda en casa con un funcionamiento restringido, mientras sus padres se enfurecen en vano. El autor añade que suele ocurrir que los progenitores lo inciten ostentosamente a marcharse, pero, por supuesto si los dos desean realmente su partida, el hijo se iría; uno o ambos padres lo están reteniendo en el hogar, de manera manifiesta o encubierta, tal vez mediantes modalidades de sobreprotección o sobre involucramiento.
Minuchin (2004) menciona que los miembros de subsistemas o familias aglutinadas pueden verse perjudicados porque el sentido de pertenencia requiere un importante abandono de la autonomía. La carencia de una diferenciación en subsistemas desalienta la exploración y el dominio autónomos de los problemas.
En el contexto de la psicoterapia muchas veces asisten un don Pedro o doña Lidia solicitando ayuda para cambiar y en ocasiones puntualizando la causa del problema en los hijos. El relato del Nido es una intervención interesante que, mediante la metáfora que nos aporta un cuento, comunica cómo el problema es sostenido por todos los miembros del sistema familiar y cómo los cambios estructurales no suelen ser tan simples.
Valentina nos aporta un material valioso que además de cumplir una herramienta de intervención terapéutica puede ser utilizado como recurso de aprendizaje y reflexión en ámbitos académicos y no formales. El cuento, en un sentido, nos trae información sobre las familias, sus diferentes estructuras y dinámicas, las etapas del ciclo vital y la dificultad de los cambios y en otro sentido más amplio motiva a pensar también sobre la importancia de ampliar la mirada en las lecturas y análisis de los diferentes sistemas. Que enriquecedor es considerar las múltiples variables que atraviesan los diversos objetos de estudio, en éste caso una familia.
La forma en cómo miramos “la realidad” está determinada por diferentes experiencias vividas. Algunas de ellas pueden ser la crianza que hemos recibido, las vivencias que vamos atravesando, el lugar que habitamos, las personas con las que nos relacionamos y ello lleva a que la reflexión sobre un cuento como “El Nido” adopte y tome diversas formas y miradas influidas por quién las realice, haciendo de ésta experiencia algo enriquecedor en muchos sentidos.
Es un gran aprendizaje leer el cuento y pensar en el mensaje que hay más allá del contenido explícito. Cada persona que contacte con el relato con seguridad lo dotará de su propio sentir en función de su propia construcción.
Es llamativo pensar, y sentir, como también a partir de un cuento puede lograrse la articulación de saberes a través de su contenido. También se renueva la motivación por el aprendizaje y la sorpresa de que éste es inacabado, asimismo el entusiasmo por seguir construyendo nuevos saberes y por qué no, nuevos relatos:
“Quien trae un cuento, se lleva dos” (proverbio irlandés).
Valentina Oliva, Psicóloga, Cursa la Maestría en Psicoterapia Sistémica
oliva_valentina@yahoo.com
oliva_valentina@yahoo.com
María Del Valle Tolosa Psicóloga. Cursó la Maestría en Psicoterapia Sistémica
valletolosa@gmail.com
valletolosa@gmail.com
Bibliografía
Ayzaguer, M. (29 de agosto de 2021). Desafío: irse a vivir solo, ¿una meta cada vez más lejana para los jóvenes? La Nación. https://www.lanacion.com.ar/opinion/desafio-irse-a-vivir-solo-una-meta-cada-vez-mas-lejana-para-los-jovenes-nid29082021/
Casas, X. (3 de julio de 2021). La generación sin respuestas: trabajan y estudian, pero el sueño de la independencia y alquilar es casi una utopía. Infobae. https://www.infobae.com/economia/2021/07/03/la-generacion-sin-respuestas-trabajan-y-estudian-pero-el-sueno-de-la-independencia-y-alquilar-es-casi-una-utopia/
Minuchin, S. (2004). Familias y terapia familiar. Gedisa.
Pittman, F. (1987). Momentos decisivos. Tratamiento de familias en situación de crisis. Paidós.
Rivas Barcena, R.; Gonzalez Montoya, S. y Arredondo Leal,V. (2006) Antídotos contra monstruos, el uso de historias terapéuticas con niños. Revista Psicológica Iztacala Vol 9, (3) 12-23. http://www.revistas.unam.mx/index.php/repi/article/view/19024
Watzlawick, P., Weakland, J. y Fisch, R. (1976). Cambio. Formación y solución de los problemas humano. Herder.
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